Hay un olor inconfundible e intercambiable. ¿Paradoja? En absoluto.
Yakarta, New York, El Paso, Danzig – ese olor está ahí. Un bouquet distinto, pero misma base – Un pollo asado es un pollo asado en cualquier sitio. Lo mismo ocurre con este olor.
Es el olor que te invade cuando se abre la puerta de un bar a la mañana siguiente a una noche de fiesta. Gravilla de tabaco concentrada y mezcla de porcentajes etílicos hechos una pasta. Vómitos mal limpios y sexo presentido. El olor a la risa y el drama de la barra. Un olor pegajoso como el suelo de un escenario invadido por el publico.
Frank Wild Year es ese olor traducido a la música: Un vodevil pentatónico, un cabaret picantón y absurdo, al que hay que buscarle un sentido como a la vida misma porque es como la vida misma. Amores destrozados y brindis al sol, baladas psicóticas de amante despechado y canciones surferas sobre ropa de invierno. Coros de borrachos e ira. Tristezas alegres. Medios tiempos frenéticos. Ironías muy serias. Un mal gusto exquisito.
Frank Wild Year pretende moverse en los límites de una tradición marginal – es el límite de la frontera, pero del lado del territorio conocido. Tradición retorcida pero reconocible. Punta de lanza, esperando a ver qué bárbaros sitiarán ahora el futuro, pero dispuesto a defenderse con pasado.
Frank Wild Year es inconfundible e intercambiable. Es un punto de vista y una actitud vital. Un “qué más da” que es al mismo tiempo “esto es importante”.
Frank Wild Year es. Y con ese enigma basta.
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